sábado, 12 de julio de 2008
El reino vacío: pecar de ingenuos
Cuando me siento a escribir sobre la Argentina, se me pone la piel de gallina. Tenemos los recursos naturales, pero no los usamos; tenemos la capacidad inventiva, pero la desaprovechamos; tenemos riqueza cultural, pero pecamos de ignorantes; eramos respetados por el mundo entero, pero nos la creimos y terminamos siendo señalados por todos. Esto me hizo recordar un pequeño cuento que hace unos años escribí, cuando mi inventiva era muy precoz, y que refleja un futuro posible para nuestro país en el caso que sigamos errando el camino.
EL REINO VACÍO
La tierra que yacía en Ludovia era la más fértil de todos los reinos que integraban la meseta del Oeste, desconocida por muchos extranjeros y mercaderes que navegasen por los mares. Pero no la utilizaban para cultivar, ni para criar ganado. Sus aguas eran las más puras, sabrosas y dulces de los reinos, pero sus habitantes no la tomaban, ni navegaban por ellas; no pescaban, ni la utilizaban para la higiene.
Los intelectuales de Ludovia eran los más inteligentes que existían por esos lugares, sin embargo no pensaban, ni razonaban; no explicaban, ni enseñaban y no utilizaban sus conocimientos para ordenar e instruir a la sociedad. Los esclavos (como cualquiera de ellos lo hacía) no trabajaban para sus dueños, y los siervos no servían.
Los gobernantes eran los más capaces y ricos, sin embargo no ejercían su poder: ni legislaban, ni daban órdenes, solo hacían lo que todos: nada. Todos, completamente todos, tenían una posición en los escalafones de Ludovia, cada uno de los ciudadanos tenía una función, pero no la ejecutaban.
A pesar de todo, éste era uno de los lugares más ricos y mejor administrados de los reinos del Oeste. Tenía una simple distribución política y económica, con dos reyes a la cabeza, un consejo de 50 personas que influían, mejor dicho no intervenían, y un tanto más para la administración. Había nobles, campesinos, artesanos, ciudadanos libres; niños, ancianos, prostitutas, vagos, ladrones, usureros y hasta jugadores empedernidos. Contaban con una moneda, que no hace falta aclarar, no la utilizaban. No cabría la posibilidad de explicar cómo este lugar se mantenía firme con tantos desperfectos en su obrar. En realidad, la hay, y un poco tonta pero verdadera.
Al norte de Ludovia, un poco más lejos del sur, había un gran caserón, cubierto con oro y joyas relucientes, los marcos de las puertas y de las ventanas estaban forrados con diamantes preciosos del Asia Menor, por si acaso, muy difíciles de conseguir. Contaba con cuatro habitaciones con grandes dimensiones, tres salas de ocio y un solo baño. Una única persona residía allí, una de las más singulares de las que existían por el lugar. Era un hombre capaz, honesto y muy preparado para asociarse con las personas con las que trataba. Nadie conocía su origen, ni a que se dedicaba, solamente conocían su nombre: Jack Foluar.
Todos creían en él y lo agasajaban constantemente, esperaban que resolviera los problemas que nadie más podía solucionar y él respondía con creces. Pero solo se lo podía encontrar los últimos diez días de cada mes, el tiempo restante viajaba.
Jack abastecía completamente a toda la sociedad, la proveía de alimento, que no obtenía de sus tierras, ni de sus aguas; suministraba los materiales de construcción para las viviendas; las herramientas, las joyas, las bebidas y todo tipo de producto exótico que se encontrara.
Él era el único que brindaba su capacidad de trabajo en Ludovia. Jack no rendía cuentas a nadie de la forma en que conseguía todo. Nadie se preguntó jamás de donde salía todo lo que Jack les brindaba. Jack cumplía, Ludovia agradecía.
Cuando volvía de sus viajes, con su espada de madera (en tributo a la luna) era recibido por el pueblo con un gran festejo que duraba unas cuantas horas y que se encargaba de dejar ebrio a medio reino.
Un 20 de mayo Jack no regresó.
La gente comenzó a impacientarse y a desesperarse, no entendían el porqué, Jack nunca faltaba a sus obligaciones. El alimento empezaba a escasear; hasta que no quedó nada. Todos comenzaron a murmurar que quizás era tiempo de utilizar las tierras y las aguas, o morirían. Pero el lema de Ludovia: “jamás las tierras y las aguas se usarían, pues la perdición los alcanzaría”, fue más fuerte que el hambre y la desilusión. Así la gente, desnutrida y descompuesta, comenzó a morir, creyendo que tal vez, algún día, Jack volvería.
El reino de Ludovia desapareció de la vista de todos, y quedó vacío, totalmente vacío.
EL REINO VACÍO
La tierra que yacía en Ludovia era la más fértil de todos los reinos que integraban la meseta del Oeste, desconocida por muchos extranjeros y mercaderes que navegasen por los mares. Pero no la utilizaban para cultivar, ni para criar ganado. Sus aguas eran las más puras, sabrosas y dulces de los reinos, pero sus habitantes no la tomaban, ni navegaban por ellas; no pescaban, ni la utilizaban para la higiene.
Los intelectuales de Ludovia eran los más inteligentes que existían por esos lugares, sin embargo no pensaban, ni razonaban; no explicaban, ni enseñaban y no utilizaban sus conocimientos para ordenar e instruir a la sociedad. Los esclavos (como cualquiera de ellos lo hacía) no trabajaban para sus dueños, y los siervos no servían.
Los gobernantes eran los más capaces y ricos, sin embargo no ejercían su poder: ni legislaban, ni daban órdenes, solo hacían lo que todos: nada. Todos, completamente todos, tenían una posición en los escalafones de Ludovia, cada uno de los ciudadanos tenía una función, pero no la ejecutaban.
A pesar de todo, éste era uno de los lugares más ricos y mejor administrados de los reinos del Oeste. Tenía una simple distribución política y económica, con dos reyes a la cabeza, un consejo de 50 personas que influían, mejor dicho no intervenían, y un tanto más para la administración. Había nobles, campesinos, artesanos, ciudadanos libres; niños, ancianos, prostitutas, vagos, ladrones, usureros y hasta jugadores empedernidos. Contaban con una moneda, que no hace falta aclarar, no la utilizaban. No cabría la posibilidad de explicar cómo este lugar se mantenía firme con tantos desperfectos en su obrar. En realidad, la hay, y un poco tonta pero verdadera.
Al norte de Ludovia, un poco más lejos del sur, había un gran caserón, cubierto con oro y joyas relucientes, los marcos de las puertas y de las ventanas estaban forrados con diamantes preciosos del Asia Menor, por si acaso, muy difíciles de conseguir. Contaba con cuatro habitaciones con grandes dimensiones, tres salas de ocio y un solo baño. Una única persona residía allí, una de las más singulares de las que existían por el lugar. Era un hombre capaz, honesto y muy preparado para asociarse con las personas con las que trataba. Nadie conocía su origen, ni a que se dedicaba, solamente conocían su nombre: Jack Foluar.
Todos creían en él y lo agasajaban constantemente, esperaban que resolviera los problemas que nadie más podía solucionar y él respondía con creces. Pero solo se lo podía encontrar los últimos diez días de cada mes, el tiempo restante viajaba.
Jack abastecía completamente a toda la sociedad, la proveía de alimento, que no obtenía de sus tierras, ni de sus aguas; suministraba los materiales de construcción para las viviendas; las herramientas, las joyas, las bebidas y todo tipo de producto exótico que se encontrara.
Él era el único que brindaba su capacidad de trabajo en Ludovia. Jack no rendía cuentas a nadie de la forma en que conseguía todo. Nadie se preguntó jamás de donde salía todo lo que Jack les brindaba. Jack cumplía, Ludovia agradecía.
Cuando volvía de sus viajes, con su espada de madera (en tributo a la luna) era recibido por el pueblo con un gran festejo que duraba unas cuantas horas y que se encargaba de dejar ebrio a medio reino.
Un 20 de mayo Jack no regresó.
La gente comenzó a impacientarse y a desesperarse, no entendían el porqué, Jack nunca faltaba a sus obligaciones. El alimento empezaba a escasear; hasta que no quedó nada. Todos comenzaron a murmurar que quizás era tiempo de utilizar las tierras y las aguas, o morirían. Pero el lema de Ludovia: “jamás las tierras y las aguas se usarían, pues la perdición los alcanzaría”, fue más fuerte que el hambre y la desilusión. Así la gente, desnutrida y descompuesta, comenzó a morir, creyendo que tal vez, algún día, Jack volvería.
El reino de Ludovia desapareció de la vista de todos, y quedó vacío, totalmente vacío.
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7 comentarios:
linda la historia.
Cuando decimos "le erramos el camino" es un eufemismo para decir "transitamos por el camino que nos marcan los otros, los poderosos, y no hacemos nada para cambiarlo".
Es muy argentino, seimpre esperamos a un jack que nos salve, y nosotros sin hacer nada de nada. Espero que cambiemos la forma de pensar, bueno algo esta cambiando por estos días...
suert!
Buen cuento. Esa paz era asimismo porque no habia conflicto? Y Jack parece el Estado, una especie de deidad omnipresente que provee todo.
Esperemos no seguir el destino de este reino, aunque estamos desaprovechando la oportunidad que se nos plantea.
Saludos
Denis, gracias por tu visita... visitaré estas páginas
Saludos
Un historia muy triste entre personas desnutridas y que mueren de hambre, algo que es una cruda realidad...ojalá hubiera algún salvador que calmase tanta hambre y dolor..
Me ha gustado tu blog, gracia por pasar por mi orilla..
Besos cálidos
Excelente cuento. Lástima que sea tan real y cercano.
Saludos
Muchas gracias a todos!
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